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20.4.09

RECUERDOS

Ésta nueva historia, bastante más triste que la anterior, es fruto de la imaginación en momentos en los que uno no se encuentra lo bastante feliz como para poder sonreir y solo piensa en el dolor.
No sé si os agradará, pero igualmente, creo que es digna de salir a la luz.

RECUERDOS

Se echó a llorar sobre mis hombros abrazada sin poder soltarse, sin quererlo tampoco. Le susurré al oído palabras de ánimo, pero vacías y oscuras, palabras sin sentido, pero sólo por el intento, me dibujó una falsa pero amable sonrisa.
- No tienes ganas de sonreír - le dije - Mis palabras son vacías, lo sé; pero no te conozco de nada. Aún así, siento tristeza por no saber cómo ayudarte.
- No sientas tristeza y perdona el impulso, pero no tengo nadie en quién confiar. He hecho algo muy injusto y grave. No sé cómo debo sentirme, me siento vacía, sola, sin ganas de vivir. Me gustaría dejar de respirar, pero de nuevo vuelvo a coger ese aire frío, congelador, que me mata poco a poco. Cada bocanada de aire puro es una nueva cuchillada clavándose en mi alma, un alma oscura, falsa, llena de mentiras, de odio, de dolor y de lágrimas – dijo, dejando resbalar una lágrima por su mejilla.
- Puedes confiar en mí – dije, esperando, no sé porqué, la respuesta contraria.
- No temas por mí. He acabado conmigo misma. Ya no me queda nada en esta vida. Dudo que volvamos a vernos, pero, de todas formas, gracias.

Se dio la vuelta y echó a correr calle abajo. La perdí en la distancia. Al verla marchar sentí miedo, incluso terror por ella. Temía que hiciera alguna locura.

A los pocos días recibí una nota extraña. “Ven a la fuente del parque de centro. Te espero”. Me quedé muy extrañado, pero no sé porqué reaccioné impulsivamente a ir a la fuente. Sabía que allí la iba a encontrar, y eso ocurrió. Allí la vi, pálida, temblorosa, con el pelo deshecho y los labios morados. Dejé caer mi mano en su hombro y saltó de repente. La vi decaída y muy agotada.

- Llevo esperándote tres días – dijo, con lágrimas en los ojos – Quiero darte… ¡Toma! Léela cuando me vaya y ya no puedas verme. ¡Prométemelo! Por favor… Eres lo más importante de mi vida…

Me quedé algo parado. Yo nunca había sido nada para nadie, y mucho menos lo más importante en su vida… Yo era un espíritu malvado que había hecho mucho daño a gente inocente. No me merecía que me quisieran. Pero aún así, le respondí: “Te lo prometo”.

Esbozó una sonrisa y sus ojos se llenaron de nuevo de lágrimas. Lágrimas que yo acogí entre mis brazos. No dijimos nada. Cuando se calmó y dejó de llorar, alzó la mirada hacia mi cara. Dejó la mirada quieta en mis ojos. Me fijé por primera vez en sus ojos. Eran de un azul muy claro, casi blanco, y contrastaban con el marco morado de los ojos. Entonces vi, del mismo color, sus labios. Noté cómo se acercaban, pero no quería formar parte de esa historia.

- ¡NO! Te haré mucho daño… - le dije llorando.
- Pero yo… yo…

Echó a correr llorando mientras el cielo se tornaba gris oscuro. Me quedé solo en el parque, ya nada importaba. Puse mi mano en el bolsillo y noté el tacto del papel. Lo saqué y hallé la carta que me había dado la joven. La abrí i la leí. Las dos primeras palabras dieron un vuelco en mi corazón. “Te quiero”, decían. No pude seguir leyendo por ese instante. Pasé largas horas pensando cómo se habría podido enamorar de mí. Entonces la reconocí. Vi en sus ojos aquella niña pequeña que siempre me seguía a todas partes y cuando le hablaba se ruborizaba. Creía recordar que se llamaba Rocío, pero no lo supe ciertamente. Entonces continué leyendo. “Quiero que vayas cada día al árbol del acantilado. Te esperaré allí cada atardecer, pase lo que pase, aunque mi espera sea eterna. Nunca me separaré de él, pues me unirá a ti por siempre”.

Después de leer esto, deje la carta sobre un banco y, arrodillado, empecé a llorar mientras la lluvia caía sobre mi cuerpo casi inerte y resbalaba por mi ropa. Sentí unas ganas terribles de volver a verla, así que fui al único lugar donde podía encontrarla, el acantilado.

Y allí la hallé. Pero la manera en que la encontré no era como yo pretendía. Me acerqué al árbol y vi un grabado en el tronco. Decía así:

Me duele amarte
Sabiendo que ya te perdí
Tan sólo quedara la lluvia
Mojando mi llanto
Y me hablará de ti
Me duele amarte
Los sueños que eran para tí
Se pierden con cada palabra
Con cada momento que esperé vivir
Me duele más imaginar
Que tú te vas y dejaras
Detrás de ti
Tu ausencia en mis brazos
Me duele tanto sospechar
Que ni tu sombra volverá
Para abrigar
Mi alma en pedazos
Me duele amarte así
Hasta morir
Lanzándome a la nada viéndote partir
Me duele aquel Abril
Cuando te vi
Por vez primera y dije que eras para mi
Me duele amarte tanto

Pero al alzar la vista la encontré. Colgada de una de las ramas más alejadas del suelo. Su cuerpo inerte colgaba del precipicio y yo ya no podía hacer nada. Ya no sabía qué hacer con mi vida, pues sin ella no tenía sentido. Fue tardía mi reacción, y eso le llevó a morir por mí, por mi amor, un amor que yo creía que nunca llegaría, pero que ya estaba en mí, pues desde que la vi no pude hacer más que pensar en ella y recordarla eternamente. Pero ahora ella se había marchado por mi culpa, y yo no podía hacer menos. Me acerqué a ella con una tristeza enorme. Me encontraba fatal profanando su tumba, una tumba vaporosa e imperceptible, pero presente en mi corazón. Al acercarme sentí mucho frío, mi calor se iba apagando poco a poco. Le cogí de la mano congelada por la brisa. Le di el beso que nunca me atreví a darle y até su cuerda a mi cuerpo. Noté como la cuerda me apretaba el cuello e impedía mi respiración, pero estaba junto a ella. Conforme más tiempo pasaba, más la veía envuelta de luces. Allí me esperaba y, yo, alegre y feliz, me dirigía a ella.



Es un relato triste, pero así veo a mi amiga soledad, a quien (creo) seguiré eternamente.
Gracias.

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