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17.8.10

Batekoa, el único

LAMENTO

- “Habrá un día en que la Tierra se tragará todo cuanto en su superficie haya, pues el hombre se ahogará en su propia desgracia”. Hermanos, es la hora de arrodillarse ante el inmenso poder de la tierra que se nos concedió, la malgastamos y ahora se va a cobrar miles de años de padecimiento. La breve cita con la que empieza este lamento es del gran sacerdote inca Abdljabdeiyme, que sonó por primera vez en el sacrificio de dicho sacerdote en el 1432 antes de Cristo. Nos sirve perfectamente para nuestros tiempos. Hemos malgastado los recursos que la Tierra, este bello paraíso convertido ahora en un estercolero, nos dio gratuitamente. Hemos hecho desaparecer animales grandiosos y monumentales de gran valor para la vida por un simple día de caza con los amigos para una simple y transparente diversión. Pues bien, como hemos sido tan alocadamente irresponsables, podemos empezar a despedirnos de los bosques que destruimos y volvimos, o al menos intentamos, a construir, los ríos de incesante agua clara, los grandes mares explotados también por el hombre, manchados de grandes cantidades de odio, de guerra, de miseria, también nos podemos despedir de aquellos monumentos históricos de aquellos verdaderos hombres de la antigüedad, que incluso reconocían sus pecados y se sacrificaban por ellos, como el gran Abdljabdeiyme, esos monumentos que destruimos y que tan sólo quedan grabados en pequeñas cintas de vídeo imposibles de visualizar por el paso de los años. Nuestro fallo ha sido enorme. Lo que ya fue predicho está a punto de ocurrir. Para algunos será el día del Juicio Final, para otros la entrada al paraíso prometido, para otros la salvación divina, pero para todos es el último momento que estaremos en nuestro planeta, nuestra Tierra querida, pero ahora ya no podemos hacer nada. Esperemos aprender la lección y que el Rey del Cielo nos traiga de nuevo la paz".
Cuando el hermano Pierre acabó de hablar, el planeta se silenció eternamente. Era un silencio de responsabilidad, de culpa, de miseria, de perdón, de castigo del alma. Todo el mundo sentía un nudo en su interior incapaz de resolver. Era un sentimiento tremendamente vergonzante, sabían que iban a morir, pero que no iban a hacer en paz ni con su propio interior. Casi al mismo tiempo, todos los seres que habitaban la Tierra se arrodillaron y, ante ellos, las negras nubes cerraron paso a la luz oscureciendo de pleno el planeta, como si quisieran tapar un crimen o una especie de masacre que no podía revelarse a otros lugares. En la mente de todos los seres vivos del planeta aparecían las mismas escenas que los castigaban fuertemente. Eran unos animales feroces que los fustigaban con látigos con espinas en las puntas. Conforme la oscuridad iba haciéndose mayor, la gente más sufría. Cuando el planeta quedó completamente apagado, la sangre empezó a salirles por los oídos, los ojos, la boca, el ano y los poros sudoríparos. Empezó entonces a formarse una tormenta silenciosa entre las nubes negras, se veía los rayos iluminando el interior de la nube haciéndola parecer de un color grisáceo que se observaba desde el suelo de la Tierra. Todo era silencio. En ese instante dejaron de llorar y sudar sangre, pues solo les quedaba una pequeña cantidad. Fue en ése momento cuando un gran rayo atravesó la capa de nubes negras con un enorme estruendo de chirriantes sonidos y fuertes temblores. Era el rayo de la muerte. En la nube quedó grabado el rayo con una forma extraña. El maravilloso estruendo mortal duró unos dos minutos. Cuando terminó, las mentes de todo lo vivo se nublaron y se les embizcaron los ojos. Empezaron a vomitar sin pausa alguna hasta que devolvieron la propia sustancia verdosa de nominada bilis, el jugo ácido que les quemó la boca y la lengua. Una vez devuelta la bilis, se les hincharon los ojos embizcados y su sangre, la cual estaba en escasez, se empezó a multiplicar tan rápidamente que en cuestión de segundos tenían todos los vasos sanguíneos a reventar, marcándose en gran cuantía en las extremidades y la cabeza. Seguidamente se les reventaron los dedos a los hombres y donde antes se albergaban una figuras perfectas, ahora había un desgarro de carne donde se apreciaban los nervios intentando mover los dedos sin respuesta alguna, los huesos salidos de su lugar y los capilares con pequeños agujeros que se hacían más grandes y por donde acabó saliendo toda la sangre de las manos hasta quedar éstas de un color morado pálido que se convirtió en azul en cuestión de minutos. Al terminar este acto, las extremidades de los animales empezaron a desgarrarse fieramente y la sangre salía a borbotones. Las aves perdieron las plumas y el pico les cayó al suelo rompiéndose en mil añicos, dejando así paso libre a la sangre que se derramaba sin cesar. Los pequeños insectos explotaban como pequeñas bombas y cubrían todo de manchas azules. Los reptiles y los peces perdieron las escamas y sus aletas y patas empezaron a reventarse, dejando así solo el tronco en todos los animales y la preciosa cabeza con los ojos embizcados y los vasos sanguíneos salidos rodeando a los ojos hinchados de manera bestial. Los troncos de los seres de les abrieron en canal, dejando paso a una visión espantosa. Los órganos que antes desempeñaban funciones vitales para asegurar la vida de de los seres, se habían convertido en criaturas que desprendían ácido y hacían que el cuerpo se fuera abriendo hasta que el propio ácido que desprendían acabó por matarlos a todos. La cabeza permaneció intacta por momento, hasta que con un malévolo ¡crac!, el cráneo se partió en dos como un coco y el cerebro quedó a disposición del viento. Terminó definitivamente con la vida de los seres la explosión de los ojos y de los vasos sanguíneos de los rostros, dejando una boca abierta, desdentada, con la lengua podrida y una nariz rota, sangrienta.


EL NUEVO αLFα

Cuando la gran masacre acabó, la Tierra fue absorbiendo los cuerpos desgarrados retorcidamente hasta que tuvo que absorberse a sí misma dejando tan solo los restos de huesos y troncos de plantas y animales. Los troncos y los huesos se fundieron creando una tierra firme capaz de albergar todo tipo de vida. Era una esfera perfecta con una cueva un tanto profunda. En el fondo de la cueva había un pequeño estanque de agua que emanaba sin cesar un brillo plateado que lo caracterizaba. Al borde del manantial empezaban a brotar los primeros tallos de una planta de extraña forma. Era de colores verdes, amarillos y morados, de todas las variedades y tonos posibles entremezclados entre sí. A los pocos días, la planta había atravesado el suelo y salía a la luz del sol, fue en ese momento cuando se multiplicó en gran cantidad y se elevó unos treinta metros sobre la superficie. Cuando se culminó su crecimiento, empezaron a brotarle flores de muy diversos colores. Pero ella sabía que había un inconveniente, y era que los seres que tuvieran que nacer necesitarían agua y luz, así que se creó mediante sí misma un mecanismo de subida de agua del manantial de agua celestial y pura, de manera que el agua ascendía por dentro de su tallo y en su yema empezaba a brotar bañando a la planta y creo unas montañas con sus raíces y llenó todo con el agua que emanaba creando así mares y continentes. Esto sucedió en unos cuatro días. Cuando todo estuvo preparado, la planta floreció plenamente. Se deprendieron todas las flores y, de cada una salía un ser diferente caracterizado por el color del que venía, así habían peces morados con reflejos dorados que volaban por el cielo, conejos que vivían en el agua, magníficas aves que escupían fuego. Cuando todo estuvo poblado, florecieron dos flores más, una verdeazulada y otra rojiza. De la flor verdeazulada nació, mediante una explosión luminosa silenciosa una bella sirena pelirroja, con unos senos, que darían alimento al ser que todos esperaban, cubiertos por dos conchas plateadas, y una magnífica cola verdeazulada con reflejos rojizos y dorados que dejaban boquiabiertos a cualquiera. De la flor rojiza nació de una manera curiosa otro ser poderoso. Cuando la flor cayó al suelo, empezó a arder y se elevó dando vueltas muy rápidamente. Aumentó el tamaño de la bola de fuego conforme más rápidamente giraba. Cuando se situó a unos metros sobre el ojo de la planta, salió volando un ser magnífico que con tan solo verlo imponía poder, sabiduría y elegancia en estilos perfectos. Era un ser compuesto por una especie de caballo, pero donde debía tener la cabeza se elevaba la cabeza de un águila, y sobre el lomo de su cuerpo se extendían dos alas de gran envergadura. Su plumaje era rojo con reflejos dorados, del pico de color rojo chillón salían llamaradas de fuego ardiente. Sus ojos negros imponían orden a cualquier distancia, pues su vista era genuina. El cuerpo del animal era anaranjado y tenía un pelaje especia en la cola y la parte inferior de las patas, puesto que era fuego brillante que no quemaba, pero si se enfurecía crecía de tamaño y era capaz de quemar todo a su alrededor. Sus alas enormes eran doradas y rojas, que brillaban a gran distancia y era capaz de verse desde cualquier punto de la Tierra. Este ser, junto con la sirena, serían los reyes de la nueva era de la Tierra. Se harían llamar Junghem, el poderoso, y Saymei, la bella. Durante años todo fue magnífico es esa tierra prodigiosa, que decidieron llamar Kin, y los maravillosos mares que llamaron Luen.

CULPABILIDAD, PERECIMIENTO, DESGRACIA

En un universo muy lejano de donde se encontraba la nueva Tierra, había una zona donde no llegaba la luz se Sol. Eran las oscuras tierras de Darknessdye. En esas tierras todo era odio y rencor. En ella se encontraban los seres más bestiales y aterradores que se pueden imaginar. A esa malévola tierra acudían las almas de los seres que habían hecho algún acto que les culpara durante toda su existencia, la eternidad. Era lo que los humanos denominaban el purgatorio. Allí habían animales extraños a los cuales les faltaban cabezas, extremidades, tenían veinte ojos, pinchos estridentes, colas amenazantes que deseaban golpear a los hombres.
Todos los animales que habitaban la Tierra perecieron en un sacrificio bestial que acabó con la enorme comilona de los monstruos, que se comieron a todos los animales de una única vez. Para ellos fue un manjar delicioso. Los humanos que lo vieron se volvieron locos de ver a los animales desgarrados por los monstruos, pues al viajar a otro universo habían vuelto a recobrar la materia de que estaban compuestos. Cuando llegó el turno de los humanos los monstruos les mostraron dos opciones, o bien se unían a ellos, o bien resistían y morían en el intento. Muchos se unieron a ellos en intento de salvar su vida, pero el hombre era un manjar demasiado extraordinario como para dejarlo pasar por simplemente unirse a ellos en ese mundo de desgracia, desorden y oscuridad, reinado por el caótico Huinhmrac, el más enorme de los monstruos que se podía observar desde varios kilómetros de distancia. Era de una altura desbordante, de color negro y con protuberancias en forma de cono en los brazos y las piernas, vestía un taparrabos que se hizo con piel de hombre. Lucía una cabellera descuidada, grasosa y larga de color negro azabache. Tenía adornos metálicos por toda la cara y llevaba pintada una gran serpiente de dos cabezas en su pecho. Cuando los hombres lo vieron por primera vez, recordaron la figura que dejó el rayo en la nube. Era exactamente la misma figura, una serpiente con dos cabezas que unían sus lenguas en un nudo. Al recordar esta imagen creyeron que era su fin, pero aún les tocaría padecer durante muchos años más.

BATEKOA

Mientras tanto, en la tierra de Kin y Luen se vivía maravillosamente. Junghem y Saymei se encargaban de que todo marchara maravillosamente. Un día, un curioso animal al que llamaban Gossip preguntó a Junghem:
- Sabio rey, poderoso profeta, ¿de dónde procedemos?, ¿de la Planta de la Vida?
- Efectivamente, querido Gossip.
- Y, perdonad si os molesta mi pregunta, ¿de dónde procede ella?
- ¡Oh! Esa es una gran pregunta, inexplicable, por cierto, pero que creo que te gustará averiguar. Conozco una historia que hablaba de una cueva situada en el interior de nuestra tierra, pero no he encontrado nunca la entrada. Amigo mío, ¿qué tal si me ayudas?
- ¡Oh! ¡Señor! Muchas gracias, querido rey Junghem. Vos sois lo…
- Déjate de pamplinas, Gossip. –interrumpió el rey- No hay tiempo.
En ese momento, Junghem y Gossip fueron a visitar a la reina Saymei y le comentaron que iban a buscar la entrada a la cueva. La reina vivía en un palacio cerca del palacio del rey Junghem. Estaba en el agua. Tenía una entrada terrestre y una marina. Ellos entraron por la terrestre y esperaron a que la reina saliera. Apareció sentada en un trono por el que caía agua marina para refrescar a la reina. El trono salió del mar girando lentamente. Le comentaron lo que iban a hacer y ella dijo:
- Querido Junghem, sé que debería haberte contado esto, pero sé dónde está esa cueva. Tengo miedo de entrar porque la entrada está cubierta por la Planta de la Vida. Si ella nos concediera una audiencia, podríamos intentar averiguar por qué cerró la entrada de la cueva de esa manera. Por favor, no intentéis entrar a la fuerza. Pedid una audiencia.
- Tranquila Saymei, así lo haremos.
Junghem dijo a Gossip que él sólo debería subir a la yema de la planta de la vida y hablarle. Gossip lo entendió y esperó abajo. Al cabo de unas horas bajo con una sonrisa de oreja a oreja. La Planta de la Vida les había abierto la puerta. Se celebró una fiesta y, al caer el sol, como bien les había indicado la planta, oirían un llanto. Ése sería el momento de entrar. Ellos esperaron.
Efectivamente. Cuando el último rayo del Sol se fue por el horizonte, un llanto se oyó por toda la tierra y, el rey Junghem y la reina Saymei entraron. Allí se encontraron con un pequeño humano. Parecía muy sensible y frágil, así que Saymei pidió a la Planta de la Vida su transformación a humana para poder cuidar de él. La planta se lo concedió.
La planta anunció una nueva festividad lanzando luces de colores al cielo. Indicó a Junghem y Saymei el destino de su hijo. Debería salvar a los pobres humanos arrepentidos de sus actos. Junghem enseñó a Batekoa, el único humano viviente, las artes de la guerra, pues debería enfrentarse a monstruos malvados. Saymei le adoctrinó en la sabiduría del pensamiento y la razón. De la enseñanza de los dos salió un perfecto guerrero e importante pensador, un sabio de su época, el único en su especie, por lo que le llamaban Batekoa, el Único.
Cuando la humilde Planta de la Vida le indicó el camino que debía seguir, Batekoa era ya un hombre hecho y derecho. Su velocidad era igualable a la de los guepardos alados, que corrían a más de doscientos kilómetros por hora. La fuerza de sus pectorales era impresionante. Era capaz de levantar una tonelada por cada brazo. Su belleza era impresionante. Todas las hembras deseaban estar a su lado. Era moreno castaño y con ojos azules. Su piel bronceada era muy parecida a la canela salvaje. Cuando se tuvo que transportar mediante la magia antigua de la Planta de la Vida, todos los seres del mundo estuvieron pendientes de él.
Cuando apareció en las tierras de Darknessdye, los monstruos se le aparecieron. Entraron en batalla durante largas horas, pero él fue capaz y poco a poco venció a todos los monstruos presentes. ¿Todos? No, quedaba el peor de todos, Huinhmrac. Batekoa estaba cansado, pero empuño su espada y se dispuso a pelear. Cuando Huinhmrac lo vio, empezó a temblar y a sudar a borbotones. No sabía porque le ocurría eso. En un instante, la luz del Sol empezó a brillar y Huinhmrac empezó a hervir vivo. Su pintura pectoral salió disparada convirtiéndose en una serpiente grande, enorme, con dos cabezas. Batekoa cogió sus lenguas viperinas y las unió de singular modo que montó sobre la serpiente y ésta le condujo donde estaban los restantes humanos.
Tan solo quedaban tres humanos, John, Helga y Davinia. Estaban flacuchos y débiles, pero sonrieron de igual manera cuando lo vieron llegar. Aquel símbolo que varias veces les indicó la muerte, ahora era su salvación. Batekoa indicó:
- Mi nombre es Batekoa, soy el indicado para salvar vuestras vidas arrepentidas del grave error que cometisteis. Utilizaremos la magia antigua que reina en mi tierra, procedente de la Planta de la Vida, para poder transportarnos de nuevo a mi reino.
Los humanos se cogieron de la mano de Batekoa. Éste cerró los ojos y empezaron a ascender. En unos minutos llegaron de nuevo a la tierra de Kin y Luen. Los recibieron con halagos y con un gran banquete. La humanidad se había salvado.


EPÍLOGO

A los pocos días, Batekoa sufrió unas fiebres extrañísimas de las que murió. Antes de morir, dedicó unas palabras a la tierra de Kin y Luen, difundidas por la Planta de la Vida.
- No hace mucho que este reino es resplandeciente. La Planta de la Vida lo consiguió. Pero he de revelar el verdadero origen de nuestro pueblo. A muchos os asombrará, pero sé que ha tres de vosotros os complacerá esta noticia. Nuestro reino está asentado sobre los antiguos escombros de un gran planeta, que cometió un gravísimo error. Se hirió a sí mismo de una manera muy cruel y llegaron a ser de los más poderosos a los más vulnerables. Un cataclismo Hizo morir a muchos millones de seres y los hundió en una pequeña esfera. Los huesos y los troncos de los seres formaron la tierra que estamos pisando. Su agua es nuestro manantial, nuestro mar. De modo que quiero recordar que bajo nuestros pies moran los cuerpos de los seres que habitaban la Tierra. Unos seres de extraordinaria mente, pero de fallos torpes. Eso les costó la vida. Ahora el poder de nuestro planeta KinLuen reside en estos tres seres. El perdón les ha llegado, ahora son dignos de reinar, pues de su boca solo salen palabras de amor, bondad, de bien. Mi muerte espero ya con ansia, pues mi gran hazaña ya ha terminado. ¡Gloria a John! ¡Gloria a Helga! ¡Gloria a Davinia!
Cuando acabó de hablar, Batekoa cerró los ojos y expiró. Su cuerpo ascendió al cielo y en un estallido de luz, mil cenizas se esparcieron por todos los universos, bañándolo todo de alegría, felicidad y amor.

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